Correo de Lectores
La entrevista secreta entre Frondizi y Guevara

Hace 40 años el "Che" visitó por última vez Argentina y preguntó por el SIC y Rosario Central

¿El comandante Che Guevara era Canaya?. Un mural en las calles roasarinas hace alusión con su imagen envuelta en azul y amarillo.

La primera dama del país, Elena Faggionatto de Frondizi, miró la figura del hombre que tenía frente a ella: delgado, enfundado en un uniforme verde oliva de fajina, con una boina negra en la mano y negros y pesados borceguíes; intuyó algo más que su palidez detrás de la barba fina, larga, raleada bajo el labio inferior, y preguntó:

—Comandante, ¿usted comió?

Su interlocutor no pudo evitar ni una sonrisa ni una respuesta franca:

—La verdad, señora, que apenas tomé unos mates a las seis de la mañana, antes de salir para acá.

— ¿Y no quiere que le haga preparar un churrasco bien jugoso

A las doce y veinte del viernes 18 de agosto de 1961, el comandante Ernesto "Che" Guevara, ministro de Industrias del gobierno socialista de Cuba, un argentino de apenas 33 años que ya apuntaba a convertirse en un mito de América latina, se convirtió en el único comensal de la quinta presidencial de Olivos.

Terminaba de entrevistarse con el presidente Arturo Frondizi, que lo dejó almorzando solo y partió hacia la Casa de Gobierno a atemperar los ecos de uno de los tantos alzamientos militares en su contra que se había producido una semana antes.

Nadie podía saberlo entonces, pero la visita de Guevara a la Argentina, que sólo duró tres horas y quince minutos, sería la última que haría al país en su vida.

Además, las buenas intenciones que rodearon la entrevista entre el presidente argentino y el revolucionario cubano quedarían sepultadas apenas siete meses después, en marzo de 1962, con el derrocamiento de Frondizi por parte de las Fuerzas Armadas, provocado en gran parte por la entrevista con Guevara.

Y por último, dos años después, tras el asesinato del presidente estadounidense John Kennedy en Dallas, Texas, se haría pedazos todo aquel frágil mundo político y económico de principios de los 60, en el que en América latina convivían la Cuba socialista, la fluctuante política de negociación e invasión de Estados Unidos, los débiles gobiernos democráticos y las tiranías más crueles.

Guevara estaba muy cerca de la Argentina cuando decidió una visita relámpago y secreta que sólo trascendió cuando él ya había dejado el país. Había llegado a Punta del Este, Uruguay, el 5 de agosto de 1961 para participar de la Conferencia de Ministros de Economía del continente.

Llegó con un encargo de Fidel Castro: negociar con los Estados Unidos una vía de supervivencia para Cuba, que no la impulsara de lleno hacia la Unión Soviética. Kennedy, presionado por quienes querían aislar y/o destruir a Cuba, también buscaba un entendimiento, intención a la que no era ajeno Frondizi, que creyó que una entrevista con Guevara podía contribuir a un arreglo entre Estados Unidos y Cuba.

El presidente argentino aceptó entonces que un ex diputado de la UCRI, Jorge Carrettoni, le propusiera al Che visitar la Argentina. Carrettoni, quien entonces era asesor del Consejo Federal de Inversiones y activo miembro del partido gobernante, se había entrevistado en Punta del Este con el Che y, apenas un año mayor que él, había quedado deslumbrado por su personalidad. Además, la ocasión le venía perfecta para fortalecer la línea interna partidaria que de alguna manera representaba, enfrentada en ese momento con un hombre clave en el gobierno de Frondizi: Rogelio Frigerio. Hoy, Carrettoni recuerda:

—La idea de traer a Guevara nace de un intento por recuperar ciertos valores doctrinarios nuestros, queríamos colocar al gobierno en una actitud menos derechizante de la que lo habían colocado. Lo pensamos en su momento para meter una cuña entre Frondizi y Frigerio.

Yo negocié las condiciones en las que vendría Guevara: burlar a los servicios de inteligencia nacionales y extranjeros, como sucedió, que ni Cuba ni el bloque soviético debían tener noticias del hecho, agenda abierta y garantías para entrar y salir de la Argentina.

A las 6,15 de la mañana del 18 de agosto, después de que el Consejo Federal de Inversiones facilitara veinte mil pesos para alquilar el frágil Piper CX-AKP que piloteó el uruguayo Tomás Cantori, Carrettoni fue a despedir al viajero: "Si usted no vuela, yo no vuelo", le dijo Guevara.

Así, convertido en garante del líder guerrillero, Carrettoni se trepó al avión junto al cubano Ramón Aja Castro, funcionario del ministerio de Industrias de Cuba. Partieron a las nueve y media. "El Che durmió todo el viaje —recuerda Carrettoni— No conocía la fragilidad de su garante. Lo que es yo, no pude pegar un ojo."

Cuatro horas antes, a las dos de esa misma madrugada, Frondizi se comunicó personalmente con los oficiales de la Casa Militar de guardia en Olivos. Les ordenó a los tenientes de fragata Emilio Filipich y Fernando García, ambos de guardia en la Casa Militar, que en la mañana fueran al aeródromo de Don Torcuato "donde llegará alguien muy importante.

Lleven ustedes dos o tres autos y personal armado, y traigan a ese señor directamente a la residencia de Olivos. No se desvíen del rumbo y no dejen que ese hombre baje en ninguna parte. Yo debo responder personalmente por la vida de ese caballero.".

El avión aterrizó a las 10.30. Sólo bajó de él Carrettoni. Los militares se quitaron el guante derecho, lo saludaron, le tendieron la mano y le dijeron que respondían por él con su vida. "Yo no soy el que esperan —confesó Carrettoni— Pero, ¿ustedes nos llevarán a Olivos? Entonces un momentito" Volvió al avión y le dijo al Che: "Puede bajar tranquilo" Cuando Guevara pisó tierra argentina, vio a dos marinos boquiabiertos, paralizados por el asombro, que ni siquiera notaron que sus guantes habían caído al césped cubierto por el rocío escarchado.

En su excelente biografía "El Che Guevara", el periodista Hugo Gambini recuerda la versión que Frondizi dio de aquella entrevista. "(...) Guevara me escuchó y accedió a examinar el problema sobre la base, que yo le propuse, de que Cuba no insistiera en querer exportar su revolución a otras naciones del hemisferio. Sin embargo me dio su opinión sobre América latina afirmando que, aún sin influencia o injerencia cubana, la revolución era inevitable pues estaban cerrados los caminos de la evolución pacífica".

Antes de la entrevista con Frondizi, Guevara tenía otros desvelos. Cuenta Gambini en su libro que, camino a Olivos en el auto de la Presidencia, y al pasar por San Isidro, el Che quiso saber: "¿Cómo anda el SIC?". El chofer sólo atinó a decir: "¿Cómo anda quién, señor?" Guevara se dio cuenta entonces de que el rugby no era el fuerte de los tripulantes del auto y cambió de deporte: "Quiero decir Rosario Central, ¿cómo anda...?"

Y así dejó grabada para siempre la huella de dos de sus tantas imborrables pasiones.

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