Con bombos y platillos: Pullaro oficializó narcotest sorpresivos y obligatorios para las fuerzas de seguridad

El gobernador Maximiliano Pullaro lanzó esta semana una política que pretende ser el emblema de su lucha contra el narcotráfico: controles toxicológicos obligatorios y sorpresivos para policías, penitenciarios y funcionarios del Ministerio de Seguridad. Lo que en apariencia parece una medida firme y ejemplar, esconde una lógica de show mediático y un preocupante vacío estructural.
Pullaro incluso se sometió públicamente a uno de los primeros tests, en un gesto más pensado para la cámara que para abordar la raíz del problema. Porque mientras se promocionan hisopados bucales para detectar consumo de cocaína, metanfetaminas o psicofármacos, el sistema de seguridad de Santa Fe sigue plagado de connivencia política, corrupción institucional y precarización laboral.
El discurso oficial habla de “depuración” y “transparencia”. Pero en la práctica, los narcotests pueden convertirse en una herramienta de control interno arbitraria, sin garantías de defensa para los trabajadores ni protocolos claros de acompañamiento sanitario o psicológico. En lugar de políticas integrales de salud mental y prevención de adicciones, se opta por el castigo disciplinario puro y duro.
Además, el foco puesto en el consumo individual de sustancias desvía el debate sobre las verdaderas redes del narcotráfico, muchas de las cuales se sostienen gracias a la complicidad de altos mandos policiales, jueces, fiscales e incluso sectores de la política. El problema no es un agente que consume clonazepam, sino los que recaudan coimas, liberan zonas o encubren bandas enteras desde despachos oficiales.
Por otro lado, la medida puede profundizar la estigmatización y persecución dentro de las fuerzas, generando un ambiente laboral basado en el miedo y la delación. ¿Qué pasa con quienes consumen sustancias por motivos médicos o psiquiátricos? ¿Qué tipo de respaldo ofrece el Estado a quienes atraviesan situaciones de consumo problemático?