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Santa Fe, 1625-1808

Estancieros y hacendados en el Río de la Plata colonial

La ganadería poseía varias alternativas mercantiles en el Río de la Plata colonial.

Por Mauro Luis Pelozatto Reilly (*), especial para NOVA

Mucho es lo que se ha escrito sobre los ocupantes de las estancias y los criadores de ganado en el Río de la Plata colonial. Abundan los trabajos de Historial Local y Regional, así como también estudios más generales. También han sido múltiples las perspectivas de análisis de aquellos actores sociales y económicos, tales como su participación política, las prácticas productivas y mercados con los cuales se relacionaban, los vínculos que entablaban con otros sectores de la sociedad rural colonial, etc.

Para esta oportunidad, me propongo encarar un estudio local (jurisdicción del Cabildo de Santa Fe), en el cual se discutan algunos problemas conceptuales ya bastantes debatidos por los especialistas: la utilización de los términos ‘‘estanciero’’ o ‘‘hacendado’’, partiendo de la idea de que sus rasgos sociales, políticos y económicos fueron variando según el lugar, el caso y el período de tiempo que se estudien. Asimismo, me propongo indagar acerca de la importancia productiva y social de estos actores de la época.

A simple vista, parece ser que la palabras señaladas se utilizaron para hacer referencia a los productores ganaderos, por lo general poseedores de cuantiosas cantidades de bienes de haciendas, y no a los pequeños y medianos productores, como sí se hacía en Buenos Aires hasta por lo menos finales del siglo XVIII, como pude demostrar en algunos de mis trabajos previos.

En los testimonios extraídos del cabildo santafesino, me encontré con que las descripciones de aquellos son muy similares, y hacen referencia a su condición de criadores, administradores de tierras de estancia y de rodeos, que solían responder a distintos mercados locales, regionales y externos.

Considerando el municipio analizado, indudablemente tuvieron mayor importancia cuestiones como el abasto local de carne, sebo, grasa y cueros, y las alternativas regionales, como los envíos en pie de vacunos, caballos y mulas hacia otros puntos como Buenos Aires, Cuyo, el Paraguay y algunas ciudades del Tucumán y el Alto Perú minero, en un contexto en el cual esta última región condicionaba las producciones locales. Respecto a la cría y el comercio de mulas, su papel fue destacado, pero lamentablemente la óptica del gobierno municipal y sus documentos se centra en el cobro del cuartillo y demás gravámenes correspondientes a este tipo de circulación comercial, y no tanto en lo que tiene que ver con la cría de ese tipo de híbridos y los personajes involucrados en el proceso.

Para el municipio en cuestión, los productores pecuarios tuvieron un papel destacado como abastecedores de reses y sus derivados para el consumo interno, como puede apreciarse en varias de las descripciones extraídas. Por ejemplo, el 14 de febrero de 1625, el alcalde Pedro Hernández fue nombrado comisionado para hacerse cargo del remate de las carnicerías. Mientras se encontraba postor para el mismo, el fiel ejecutor debía encargarse de obligar a los estancieros a proveer la carne para el vecindario, mediante ventas que debían tener lugar todos los sábados en la plaza pública de la ciudad.

El 2 de mayo de 1639, este tipo de ganaderos aparecen bajo la nómina de los hacendados que fueron obligados a dar el mismo servicio, por no haber posturas vinculadas al abasto. Casos similares se dieron en 1680 y entre 1691-1693, cuando funcionarios como el fiel ejecutor o los alcaldes de la Hermandad de los pagos rurales tuvieron que imponer los repartimientos de las cabezas que debían faenarse para el mercado urbano.

Estas situaciones mencionadas tienen que ver con algunos aspectos que profundicé en otras investigaciones: la importancia del bastimento de carne local, y los sistemas adoptados por la sala capitular para asegurarlo, dentro de los cuales estuvieron el remate del derecho de carnicerías en la persona que hiciese la mejor oferta (se tenían en cuenta las cantidades, la calidad de los animales y los precios acordados), y la obligación que recaía directamente sobre las espaldas de los criadores, fundamentalmente en tiempos de carestía.

Vale la pena aclarar que hubo, en diferentes contextos, otros mecanismos para conseguir la carne necesaria para el consumo de los habitantes, como fue el abastecimiento de los corrales de manera ‘‘libre’’ por parte de quienes pudieran y estuvieran interesados en hacer negocios con aquellos productos. A modo de caso, podría citarse cuando el 7 de enero de 1752, por sugerencia del alcalde ordinario de primer voto, se nombró a 12 ‘‘vecinos hacendados’’ para que mensualmente proveyeran de animales al matadero, aunque quedando prohibidas las matanzas privadas, mientras se les imponía el precio de venta de 14 reales por vaca, y de 3 reales el cuarto de res.

Siguiendo con este tema, me gustaría traer a colación testimonios que dan cuenta de que en determinados momentos los intereses de estos actores sociales se vieron representados dentro del municipio. Así, el 24 de agosto de 1762, los cabildantes ordenaron que se impidieran las faenas por parte de personas no autorizadas, ya que entre marzo y junio, cuando el ganado estaba más gordo, solían hacerse matanzas de forma ilegal, las cuales perjudicaban a los legítimos explotadores de las haciendas.

Ahora bien, creo que estaríamos equivocados en pasar por alto otros puntos en donde se puede apreciar la importancia económica y social de estos sectores. La misma podía verse, a su vez, en las prácticas productivas de la época, tales como las vaquerías y las recogidas de ganado alzado. Ejemplificando, podría decirse que fueron ellos quienes, cuando el 13 de mayo de 1701 se trataba el problema generado por las crecidas del Río Salado y la necesidad de reencauzarlo en colaboración con Santiago del Estero, los que encabezaron las expediciones en socorro del ganado vacuno que pastaba en aquellos campos. También solían facilitar cabezas de bovinos para cubrir los gastos de obras como aquella, accionar visible cuando Martín Ledesma, representante del Cabildo de Santiago del Estero, agradeció el haber colaborado con 800 reses para los gastos de la apertura del Salado, las cuales habían sido aportadas por los estancieros santafesinos. Por otra parte, las recolecciones de bóvidos y caballos continuaron durante prácticamente todo el período: por ejemplo, el 17 de mayo de 1779 se dispuso que todos los que tenían estancia poblada y reconocida desde el Arroyo del Medio hacia arriba, salieran a hacer una recogida general, encontrándose en tiempos de yerra.

También tuvieron peso a la hora de las inversiones y de la recaudación fiscal. Por ejemplo, estuvieron presentes entre los que, el 24 de diciembre de 1751, colaboraron con las limosnas y con el novenario (celebración religiosa peculiar), que se hizo en honor a San Jerónimo, Santo Patrono de la Ciudad, para regarle auxilio frente a la peste que azotaba a la jurisdicción. Simultáneamente, eran considerados por el pago del diezmo, que en un año dificultoso como 1777 alcanzó las 1.000 cabezas de ganado entre los partidos de Los Arroyos y Corona, cuando en otros momentos el mismo rondaba los 4.000 animales, lo cual nos arroja un dato interesante si pensamos en que solamente se trataba de un pequeña parte de la república.

Ya en la época del Virreinato del Río de la Plata, se puede percibir cierta orientación más marcada hacia las exportaciones. Por ejemplo, el 20 de enero de 1778, se solicitó a todos los hacendados la producción de cueros, acaso el principal producto pecuario de exportación, en un contexto en el cual la tendencia hacia el crecimiento de los niveles despachados por el puerto de Buenos Aires y a una mayor conexión entre ambas ciudades resulta innegable.

Por otra parte, en una sociedad principalmente rural y de frontera abierta, los contactos de hostilidad y los espacios de negociación con distintas facciones de indígenas fueron moneda corriente. No era extraño que los explotadores rurales españoles y criollos entraran en interesantes transacciones comerciales o de intercambio con nativos de la región, o incluso que colaboraran y participaran directamente en las entradas hacia tierras del enemigo que solía organizar el cuerpo capitular para recoger ganados o para negociar la devolución de cautivos, entre otras cosas. Tampoco faltaron intervenciones municipales con la finalidad de salvaguardar los recursos de los pastores y labradores en cuestión: citando un caso, el 7 de enero de 1800 el Virrey, por oficio del 18 de diciembre del año anterior, hizo saber que se le habían dado a conocer los numerosos robos de ganado que experimentaban los hacendados del pago de Coronda, solicitando que se le informara si convendría el establecimiento en de jueces comisionados en los partidos de Cruz Alta, Arroyo del Monje, Barrancas, Las Saladas, Bragado, Las Lomas, Chañares y Cululú. La determinación corría por cuenta del ayuntamiento. Cabe remarcar que aquellos eran auxiliares de los alcaldes de la Hermandad, funcionarios con amplias facultades de justicia y policía en el contexto rural, que tenían entre sus principales intereses controlar las explotaciones agrícola-ganaderas, perseguir a los ‘‘vagos y mal entretenidos’’, evitar los robos de ganado, resolver litigios menores entre vecinos de sus dominios políticos, etc.

Otros indicadores de una mayor fuerza de la cría en las estancias, por sobre el sistema de rodeos a campo abierto característico de la primera mitad del siglo XVIII, son los controles más estrictos, por parte de las autoridades, de la propiedad reconocida del ganado, que también nos hablan del interés municipal por contribuir con los ingresos para la Real Hacienda. Hacia 1808, contamos con más aclaraciones en torno a la oficialización de marcas y señales por parte del cabildo, ya que en ese año dicha institución cobraba a los estancieros por las yerras, según la cantidad de animales marcados: de 50 a 100 se cobraban 4 reales, de más de 100 a 200 ya correspondía pagar un peso, 12 reales se aplicarían en caso de marcar entre 200 y 300 vacunos, 2 pesos si eran entre 300 y 400, 4 si se señalaban entre 400 y 1.000, y 8 pesos si el hacendado se acercara a registrar más de un millar de cabezas.

En resumen, no parece haber existido (al menos por lo que pude ver en esta pequeña primera aproximación al tema), una distinción tajante entre estancieros y hacendados, y de hecho parece que la misma denominación cabía a los integrantes de un mismo sector, el cual poseía marcados intereses vinculados a la ganadería y sus mercados, los cuales fueron representados (hasta cierto punto) y abordados por el Cabildo de Santa Fe. Asimismo, su importancia pisaba áreas como los mercados de abastos, el control de las faenas, la organización y realización de las vaquerías y las recogidas de animales dispersos, la recaudación de impuestos, la aplicación del diezmo correspondiente a las haciendas, la defensa y los intercambios en la frontera con el indio, la concesión dinero o reses para obras públicas y caritativas, etc. Sería interesante seguir desarrollando sobre éstas y otras cuestiones, quizás a partir de estudios de Historia Regional Comparada, en donde se puedan incluir más fuentes, períodos y diferencias locales.

Bibliografía y fuentes

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Pelozatto Reilly, Mauro Luis (2017). ''Las mulas y sus mercados desde Santa Fe a fines del período colonial'', en Diario Entre Ríos Ya, 30 de junio de 2017.

(*) Profesor en Historia egresado de la Universidad de Morón (UM), Especialista y Magíster en Ciencias Sociales con mención en Historia Social por la Universidad Nacional de Luján (UNLu). Se desempeña como docente universitario en la materia Historia de América I, de la carrera de Profesorado en Historia (UM), y en Seminario de Investigación I y II, de la carrera de Licenciatura en Historia (Universidad Nacional de La Matanza –UNLaM-).

Ha realizado investigaciones sobre distintos temas de Historia Colonial de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis, y distintos puntos de la América Española. Varios de sus trabajos han sido publicados en revistas académicas, de la Argentina y el exterior (Chile, Costa Rica, España, Guatemala, México y Uruguay), y en distintos diarios de la Provincia de Buenos Aires, de la Argentina (Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe), Colombia y Paraguay.

Es autor del libro “Entre rodeos y campos de cultivo: Productores, trabajadores y mercados en Buenos Aires rural colonial (1726-1759)”, Editorial Académica Española, 2017. También escribe regularmente para la Revista Raíces (Uruguay), de publicación mensual, y ha disertado ponencias en varios institutos de formación docente y universidades del país.

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