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La historia viviente

Ganado cimarrón y vaquerías en el Río de la Plata colonial: Aspectos generales

Las faenas sobre el ganado vacuno cimarrón y las recogidas de alzados fueron prácticas económicas que coexistieron durante años.

Por Mauro Luis Pelozatto Reilly (*), especial para NOVA

Desde mediados del siglo XVII, las vaquerías predominaron como forma de explotación del vacuno en las áreas rurales correspondientes a la Banda Occidental del Río de la Plata, desde que una epidemia dejara prácticamente despobladas de hombres y animales a las estancias de la jurisdicción. Las mismas consistieron, en líneas generales, en la organización por parte de los vecinos criadores y de las autoridades, de expediciones armadas cuya razón de ser estaba en cazar al ganado cimarrón que se encontraba pastando libremente por los campos. El recurso más importante para los productores eran las pieles de toro, ya que una buena parte de la carne se consumía en el momento o se desperdiciaba, sobre todo cuando las faenas tenían lugar hacia muy adentro de la campaña, en zonas muy alejadas del mercado urbano.

Se sabe que todavía en aquellos tiempos el ganado bovino no domesticado era muy abundante en los campos de Buenos Aires. El mismo se había originado gracias a los rodeos que habían llegado con los conquistadores fundadores de la villa, los que a la postre se fueron escapando y distribuyendo hacia el interior del territorio. Se los consideraba como un bien perteneciente a todos los vecinos de la Ciudad que tuvieran casa con estancia poblada, y ya desde comienzos de dicha centuria, se podía ver al ayuntamiento actuando sobre dichas prácticas pecuarias, sobre todo con el fin de regular las matanzas e impedir que se volvieran indiscriminadas. Empero, como han demostrado importantes investigaciones, el ganado vacuno tenía mucha importancia dentro de las unidades productivas de la región.

Al encarar el tema de las funciones capitulares, habría que empezar diciendo el cuerpo municipal daba acciones a los vecinos hacendados sobre el cimarrón disponible, es decir, que por lo general eran aquellos propietarios rurales que tenían ganados en el momento de la dispersión los que gozaban del acceso al usufructo del recurso en cuestión. Dichos vecinos accioneros fueron representados a partir de 1609 por el ayuntamiento, que corrió con la legitimación de sus títulos, la autorización de las expediciones de caza o vaquerías y la venta de cueros en las embarcaciones que se presentaban en el puerto. Los cimarrones se convirtieron, en suma, en un bien de administración comunal, pero de propiedad individual. Esto fue común en la región, ya que en otros puntos como Santa Fe de la Vera Cruz se puede hallar al municipio organizando las vaquerías desde al menos 1594, es decir, apenas unos pocos años después de la fundación de dicha jurisdicción.

La primera vaquería que se documentó en Buenos Aires es del año 1609, cuando el vecino don Francisco Maciel fue nombrado como accionero para recoger el ganado alzado y usufructuarlo, lo cual nos hace pensar en la existencia de cierta propiedad de dicho individuo sobre el mismo. La pregunta sería, ¿por qué se preocupaba el gobierno municipal por nombrar este tipo de accioneros? Si bien los ganados y las tierras abundaban y eran de fácil acceso en la campaña, justamente por dichas características era muy complicado para los estancieros y las autoridades controlar a una población y al stock ganadero disperso y móvil, lo cual fue fuente de innumerables conflictos por su propiedad y usufructo.

Estos rasgos hicieron posible el desarrollo de una ganadería extensiva a campo abierto en estancias sin cerco, en las cuales el ganado se alzaba o se iba en busca de fuentes de agua hacia el interior de la campaña, la cual tenía un rasgo destructivo, ya que cazaba y no criaba al vacuno. Para evitar la progresiva desaparición de este recurso, el ayuntamiento decidía intervenir en la organización previa a las cacerías, recogidas y faenas.

En Santa Fe la sala capitular ya intervenía activamente en la concesión de acciones para vaquear y hacer corambre desde épocas muy tempranas. Por ejemplo, en 1626 recibieron licencias para hacer vaquerías los vecinos Juan López, Domingo Griveo y el capitán Bartolomé López. Ya en 1594, el gobierno local pidió autorización para recolectar ganado cimarrón dentro de la jurisdicción de Buenos Aires. Sin embargo, las acciones no se mencionan hasta 1619, cuando se comenzaron a conceder con mucha mayor regularidad, desde que se intervinieron las vaquerías que Juan Cano de la Cerda, santiagueño, estaba realizando sin control en Santa Fe.

Todos los mencionados esfuerzos del municipio por evitar la extinción del cimarrón fueron insuficientes, y debido a la depredación permanente y las órdenes no respetadas, el mismo llegó a su desaparición hacia comienzos del siglo siguiente. Esto fue consecuencia de la explotación desmedida por parte de los vecinos, las incursiones que llegaban de otras regiones y se llevaban ganado y los arreos realizados por grupos de nativos que acechaban las fronteras rurales hicieron que los cimarrones fueran escasos y su aprovechamiento cada vez más complicado. Por otro lado, debido a que los vecinos se confiaron de la abundancia que había desde los primeros tiempos, hacia comienzos del XVIII el stock de ganado doméstico disponible era considerablemente reducido si comparamos con otros períodos posteriores: según los cálculos que expuso hacia varias décadas Emilio Coni, en 1713 se registraron 18.100 cabezas en la zona norte de la campaña y 12.950 hacia el sur.

Asimismo, es una obligación aclarar que los alcaldes ordinarios no solamente se ocupaban de nombrar accioneros, sino que había otros asuntos muy importantes a resolver como el abasto de carne. Las fuentes permiten apreciar la importancia de estas intervenciones: en 1696, se ve a sus integrantes nombrando a los encargados del matadero y ordenando que se hicieran las matanzas en los corrales de la ciudad solamente tres veces por semana. En el cabildo del 30 de junio de 1723 se dijo que eran necesarias 12.000 cabezas de ganado para el mantenimiento de la Ciudad.

Al año siguiente, el gobernador ordenó que se dieran cuatro pregones más por cuatro días para el abasto anual de carne. En la Ciudad de Santa Fe de la misma época, vemos como en 1723 se suspendieron las vaquerías anuales por escasez de ganado, y se decidió a partir de entonces autorizar solamente a que se hicieran las faenas necesarias para obtener carne, grasa y sebo. Un año después, se resolvió que el procurador general obligara a todos los vecinos que habían vaqueado, a contribuir con 500 vacas para el abasto local.

Lamentablemente para los habitantes de la región, hacia comienzos del siglo XVIII ya no se encontraban los suficientes animales salvajes para satisfacer las demandas de carne y cueros, por lo que se tuvieron que buscar otras alternativas. La decadencia del cimarrón ya era muy notoria por aquel entonces: en los períodos 1700-1704, 1709-1710 y 1715-1719 las vaquerías fueron prohibidas por el municipio porteño, mientras que la última expedición de caza fue registrada en 1718 y finalmente en 1732 la Corona quitó al cabildo el derecho de realizar ajustes de cueros, lo cual es un dato para nada menor.

Pero pese a lo especificado por algunos autores, hemos encontrado aquí algunos casos dispersos de este tipo de prácticas productivas todavía hacia 1723: ese mismo año se nombró a doña Bárbara Casco puntualmente como ‘‘una de las accioneras del ganado cimarrón’’; a su vez, también se hacía mención por esos tiempos de la falta de vacunos salvajes, como cuando se presentó una petición del procurador general en la cual se refería al estado de la campaña y la escasez de vacunos, pidiendo una corrida general en las pampas. Teniendo en cuenta los tiempos de cultivo, no se vio conveniente hacer dicha corrida. Se prefirió mandar a 5 personas (3 españoles y 2 indios) para que reconocieran las campañas y que luego informasen sobre su estado. O también cuando el vecino Diego Ramírez Flores presentó una petición solicitando acción sobre el ganado cimarrón, la cual fue mandada a discusión, debido a la poca disponibilidad del mismo.

Estos últimos ejemplos son indicadores de una realidad irreparable para ese momento: la extinción del ganado vacuno salvaje en la parte occidental de Buenos Aires. Dicha coyuntura económica se relaciona con la consolidación de otras prácticas productivas sobre el bovino, como la cría de animales domesticados en las estancias, y las recogidas de ganado alzado, que serían organizadas por los funcionarios coloniales y los vecinos criadores de la jurisdicción, actividades que se dieron también en Santa Fe.

(*) Profesor en Historia (Universidad de Morón) y Especialista en Ciencias Sociales con mención en Historia Social (Universidad Nacional de Luján). Actualmente se encuentra finalizando la tesis de Maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Social en la misma institución. Se desempeña como docente en la materia Historia de América I, de la carrera de Profesorado en Historia (Universidad de Morón), y en Seminario de Investigación I y II, de la carrera de Licenciatura en Historia (Universidad Nacional de La Matanza). Escribe regularmente para varios diarios locales de Buenos Aires y otras provincias argentinas (Entre Ríos y Santiago del Estero), y todos los meses para la Revista Raíces (Uruguay). Ha publicado artículos de investigación histórica en varias revistas académicas del país y del exterior, en países como Chile, Costa Rica, España, Guatemala, México y Uruguay. Especializado en varios temas de Historia Colonial, también ha disertado en distintos institutos superiores de formación docente y universidades públicas y privadas.

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