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1719-1730

El Cabildo frente a las matanzas y extracciones de bueyes en Santa Fe colonial

A la cría de vacunos se le presentaban varias alternativas comerciales, como la exportación de cueros, el abasto de carne local y la elaboración de otros productos como sebo y grasa.

Por Mauro Luis Pelozatto Reilly (*), especial para NOVA

A la hora de estudiar el desarrollo de la ganadería rioplatense colonial, es preciso seguir la hipótesis planteada y sostenida por Juan Carlos Garavaglia para el caso de la misma en Buenos Aires desde mediados del siglo XVIII: a la cría de vacunos se le presentaban varias alternativas comerciales, como la exportación de cueros (que creció y se intensificó durante el período), el abasto de carne local (una preocupación central para vecinos y autoridades locales), y la elaboración de otros productos como sebo y grasa.

Asimismo, existía una relación de complementación entre la cría de vacas y la producción de mulas, sobre todo en las grandes explotaciones, que de esa manera se vinculaban –además de los mercados ya señalados- al Alto Perú minero, en un contexto marcado por el espacio peruano, entendido como la asunción del papel de polo de atracción y de motor para las economías locales y regionales por parte de los principales centros mineros, sobre todo del Potosí, los cuales gracias a sus crecientes demandas favorecieron la especialización de las distintas regiones, tanto cercanas como periféricas, en la producción de determinados bienes de consumo, insumos, y prestaciones de servicios, etc.

En menor importancia, en cuanto a la cantidad dentro de las unidades productivas rurales de la región, en comparación con las vacas y mulares, estaban los caballos y bueyes, dedicados principalmente a la producción agrícola, la carga y el transporte.

En los inventarios y tasaciones de la época se puede apreciar que estas bestias de tiro y carga eran empleados en distintos tipos de explotaciones: tanto en chacras como en estancias, generalmente vinculados a los trabajos característicos de la producción triguera, como el arado y la molienda, aunque también supieron servir para cargar y transportar las mercaderías desde la campaña hasta las zonas urbanas.

En definitiva, la ganadería y sus diversas formas se encontraban emparentadas con la agricultura del cereal, que representaba no solamente la obtención de alimentos para los habitantes y trabajadores rurales (los panificados eran uno de los dos alimentos más presentes en la dieta de los porteños, junto con la carne de vaca), sino también como forraje para los animales y productos comercializables en el mercado de la ciudad.

Sintetizando, el interés por este tipo de haciendas puede estar asociado a la venta de los mismos, a las tareas agrícolas (se hallaron en la misma estancia hoces, azadas, un molino de tiro y carretones) y en el caso de los equinos a la producción de híbridos (participación de caballos retajados en el proceso de reproducción que daba origen a las mulas).

En resumen, estaban ligados, innegablemente, a lo agrario, sirviendo su registro dentro de los establecimientos como indicio de complementariedad entre ganadería y agricultura. Los bueyes también se criaban para el tiro de carretas, siendo muy relevantes para la participación de los comerciantes santafesinos en el tráfico mercantil terrestre con las distintas ciudades del Litoral, del Noroeste, el Alto Perú, Cuyo y Chile.

De esta forma, no resulta extraño pensar en que las autoridades municipales, representadas por el cabildo, se preocuparan por proteger (al menos durante el período seleccionado, en función de la regularidad de las iniciativas capitulares) a los bóvidos de labor en función de su relevancia como bestias de trabajo y de transporte, por sobre otros intereses, como fueron las matanzas de aquellos para derivarlos, sin permiso, al consumo de carne.

Este último problema estuvo vinculado a otro tema que pude desarrollar en una investigación anterior: el bastimento alimenticio para los soldados de las milicias, las guardias fronterizas o del Destacamento. Por ejemplo, el 27 de julio de 1719, Bernabé López, vecino de la Ciudad, se refirió a las 20 vacas y 4 bueyes que le habían sido muertos por parte de los soldados del Destacamento.

Ante este tipo de acontecimientos, el cuerpo municipal respondió principalmente con medidas tendientes a garantizar el mencionado abasto: el 15 de octubre de 1721, en el marco de la entrada sobre el Valle Calchaquí, se resolvió solicitar la reglamentación del gasto de carne para el mencionado cuerpo miliciano, para el cual se mandaban 2 reses por día ‘‘de la mejor calidad posible’’, con la idea de evitar los atropellos que se ocasionaban sobre los bueyes y vacas lecheras de los vecinos.

Empero, el problema estuvo lejos de ser resuelto en ese momento, y las regulaciones concejiles pronto tuvieron que intensificarse. A los pocos meses de la última política implementada, Ignacio del Monje, alcalde de segundo voto, denunció ante la sala capitular que los ya acusados solados se hallaban atentando contra las propiedades de los productores de la jurisdicción, a quienes les robaban vacas y demás bóvidos, pese a que la Ciudad les daba lo necesario para alimentarse. Se resolvió exhortar al teniente de gobernador para que adoptara las providencias que creyera convenientes.

Pero pese a esta resolución, llevada a una instancia superior, continuaron los dolores de cabeza, tanto para los vecinos como para las autoridades. Así, el 15 de julio de 1722, se consideró la situación atravesada por las yuntas de bueyes y de vacas lecheras. Ante la acusación, los citados hombres de las milicias argumentaban que lo hacían por la ‘‘mala calidad’’ del ganado que se les suministraba para el abasto diario.

Por su parte, la corporación política municipal respondió diciendo que era de la misma calidad del que tomaban para alimentarse tanto vecinos como religiosos, y que mientras estuvo al frente de 60 soldados el Capitán Cristóbal de Oña, bastaban las reses mandadas por día, y que ahora siendo menos enlistados (27), las mismas cantidades no alcanzaban, y que además la Ciudad, que carecía de rentas, hacía lo posible para proveerlos de agua, leña y caballos. Se decidió derivar el asunto al lugarteniente provincial, para que hiciese lo necesario para evitar la continuidad de atropellos.

Otro frente de conflicto en este sentido giró en torno a la relación con los indios enemigos de la frontera, los cuales solían avanzar sobre las estancias de la república, llevándose consigo mujeres, niños, bienes e incluso animales de distintas especies, perjudicando, de esta manera, no solamente a los asentamientos humanos sino también a las actividades agropecuarias.

Se pueden citar varios ejemplos a lo largo del período analizado: el 27 de septiembre de 1719, el procurador general informó que durante la noche del día 23 el ‘‘enemigo fronterizo’’ había causado dos muertes (la del esclavo Domingo y su mujer Marta), y que luego los indígenas hostiles recorrieron la ciudad, llevándose las cabalgaduras de Morales, las de Guerreros, las del indio Chapa, las de Garro (con sus bueyes), las de Ziburu y las de los padres de la Compañía de Jesús, superando las 400 cabezas de ganado, las cuales recogieron hasta el Rincón del paso de Santo Tomé.

El 17 de agosto de 1726, se dispuso dar cuenta al gobernador de los ataques indianos, destacándose que los mismos lograron llegar ‘‘a los muros de la ciudad’’, provocando algunos decesos y robando caballos, vacas y bueyes.

Ante inconvenientes puntuales muy serios como los descriptos, el ayuntamiento respondía buscando fortalecer la defensa fronteriza, como cuando el 17 de enero de 1729, se discutió acerca de la propuesta en referencia al ‘‘reducto de lo de Hernández’’ y al reparo de la zanja, disponiéndose el arreglo de ambos, y además se encomendó a los alcaldes ordinarios la vigilancia y el cuidado de los cruces, debido a los daños que generalmente se causaban sobre las ‘‘cabalgaduras, bueyes y demás ganado’’.

Tampoco faltaron casos en los cuales vecinos de Santa Fe violaban lo establecido por las autoridades coloniales, y lograban despachar partidas de ganado de manera ilegal hacia otras regiones, ante lo cual el cuerpo municipal solía dar órdenes precisas a sus delegados para que recuperaran lo que pudieran y aplicaran las penas correspondientes a los infractores. Para citar un caso, el 3 de mayo de 1725, el alcalde de primer voto interino hizo saber que una partida de 8 hombres salió en busca de las personas que habían vendido caballos, además de partidas de bueyes con carretas.

Por lo general, estos casos eran tratados, en el ámbito rural, por los alcaldes de la Hermandad y sus auxiliares (conocidos como comisionados o jueces pedáneos, según el lugar y la época), los cuales eran designados todos los años por el cabildo (y en el caso de los segundos, para determinadas situaciones), y que desempeñaron amplias funciones de policía, de justicia, carcelarias, fiscales, económicas, militares, etc.

El tipo de delitos analizados en este artículo también pueden apreciarse gracias a los registros del presidio que se encargaba de efectuar el gobierno local de vez en cuando. El caso encontrado para este período tuvo lugar el 23 de diciembre de 1724 cuando, tras la visita a la cárcel, se encontró preso a Francisco Duarte, por una querella iniciada por José y Antonio Márquez Montiel, por la extracción y el consumo de 160 bueyes y ‘‘otros efectos’’. El capitán Nicolás de Estrella se comprometió como su fiador y logró que Duarte saliera en libertad condicional.

Otro mecanismo de control puesto en práctica por el concejo santafesino fue la administración de los que podríamos denominar como ‘‘corrales municipales de guarda’’, los cuales dependían directamente de su jurisdicción, y que se erigieron con la principal finalidad de contabilizar las existencias pecuarias y de controlar que los animales dispersos no avanzaran ni dañaran los espacios productivos agrícolas (quintas y chacras).

Siguiendo esta finalidad, para evitar los daños que solían causar los bueyes, caballos y vacas que los vecinos debían guardar en los ‘‘corrales del cabildo’’, sobre los campos de cultivo, se tomó la decisión de cerrar la ‘‘puerta falsa’’ del Sur, además de mandar a arreglar las grietas y goteras del edificio, y mantener cerrada la puerta principal que daba a la plaza, con el objetivo de impedir que los animales entraran y salieran por ahí.

En síntesis, el Cabildo de Santa Fe siempre buscó mantener las reservas de ganado bovino, y dentro del mismo, trató de que no se mezclaran los fines productivos de cada especie, tratando de mantener el papel de los bueyes como animales de carga, transporte y labor, distintos a los que eran destinados a las faenas y al aprovisionamiento de carne local.

Para ello, supo utilizar distintos medios, como el nombramiento de comisionados, el decomiso de las mercaderías y animales traficados de manera ilícita, encarcelando a los culpables de haber robado bienes de hacienda, aplicando multas sobre ellos, administrando los corrales del municipio, abasteciendo de la mejor manera posible a las milicias, y fortaleciendo la defensa de la frontera contra el avance de los indios infieles.

Bibliografía y fuentes

Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Actas de Cabildo de Santa Fe. Tomos VIII y IX; Carpetas Nº 14 ‘‘A’’ 73 y Nº 14 ‘‘C’’ 83.

Fradkin, Raúl y Garavaglia, Juan Carlos (2009). La Argentina colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX. Buenos Aires, Siglo XXI Editores.

Garavaglia, Juan Carlos (1991). ‘‘El pan de cada día: el mercado del trigo en Buenos Aires, 1700-1820’’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘‘Dr. E. Ravignani’’, Tercera Serie, Nº 4, pp. 7-29.

Garavaglia, Juan Carlos (1994). ‘‘De la carne al cuero. Los mercados para los productos pecuarios (Buenos Aires y su campaña, 1700-1825) ’’, en Anuario del IEHS, Nº 9, pp. 61-96.

Garavaglia, Juan Carlos (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña de Buenos Aires 1700-1830. Buenos Aires, Ediciones de la flor.

Pelozatto Reilly, Mauro Luis (2017). ''Ganadería y producción agrícola en Buenos Aires: La importancia del uso de bueyes y caballos'', en Agencia NOVA, 13 de abril de 2017. https://www.academia.edu/32416921/Ganader%C3%ADa_y_producci%C3%B3n_agr%C3%ADcola_en_Buenos_Aires_La_importancia_del_uso_de_bueyes_y_caballos_en_Agencia_NOVA_13_de_abril_de_2017

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Pelozatto Reilly, Mauro Luis (2017). ''Chacras, solares y producción agrícola en Santa Fe colonial (Siglo XVII)'', en Diario Entre Ríos Ya, 28 de mayo de 2017. https://www.academia.edu/33232635/Chacras_solares_y_producci%C3%B3n_agr%C3%ADcola_en_Santa_Fe_colonial_Siglo_XVII_en_Diario_Entre_R%C3%ADos_Ya_28_de_mayo_de_2017

Pelozatto Reilly, Mauro Luis (2017). ''El desarrollo de la ganadería vacuna y las unidades productivas en Buenos Aires colonial. Entre la extinción del ganado cimarrón y las estancias de cría diversificada (1723-1759)'', en Revista Historia Digital, España, Año XVII, Nº 30, Julio de 2017, pp. 155-185. https://www.academia.edu/34091883/El_desarrollo_de_la_ganader%C3%ADa_vacuna_y_las_unidades_productivas_en_Buenos_Aires_colonial._Entre_la_extinci%C3%B3n_del_ganado_cimarr%C3%B3n_y_las_estancias_de_cr%C3%ADa_diversificada_1723-1759_en_Revista_Historia_Digital_Espa%C3%B1a_A%C3%B1o_XVII_No_30_Julio_de_2017_pp._155-185._ISSN_1695-6214

(*) Profesor en Historia egresado de la Universidad de Morón (UM) y especialista en Ciencias Sociales con mención en Historia Social por la Universidad Nacional de Luján (UNLu).

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